lunes, 3 de diciembre de 2007

CLÁSICOS DE CLÁSICOS: EL ÁNGEL EXTERMINADOR * * * *

El décimo séptimo largometraje del maestro Luis Buñuel filmado en México, El Ángel Exterminador (México, 1962), es una más de sus miradas ácidas, burlonas y críticas hacia la burguesía, sin que en ella deje de lado su onírica visión surrealista, que supo combinar sin problemas. En ese sentido, Don Luis siempre fue grande: saber crear historias con una gran crítica a la sociedad o a la misma Iglesia Católica, disfrazadas de fábulas con un toque fantástico y delirante, siendo una excepción Los Olvidados (México, 1950), de las películas más realistas de toda su filmografía.

Con un guión del mismo Buñuel, El Ángel Exterminador es un relato en forma de fábula que transcurre en su totalidad dentro de una lujosa residencia, en algún punto indefinido de la Ciudad de México, protagonizada por un amplísimo reparto de histriones mexicanos y españoles, que incluía a Silvia Pinal (una de sus actrices favoritas, aunque aquí haciendo un papel pequeño), Claudio Brook, (otro de sus favoritos) en un papel pequeño de mayordomo, Tito Junco, entre otros, mientras por la parte española teníamos a Ofelia Guilmáin, Augusto Benedico, el valenciano Enrique Rambal, el madrileño Antonio Bravo, etc., en un reto enorme para Buñuel en la equilibrada dirección de todos y cada uno de ellos.

La historia se desarrolla a lo largo de varios días, a partir de una fiesta en la que los invitados de Edmundo Nobile (Rambal), luego de cenar, departir, charlar acaloradamente, chismear a sus anchas, discutir de banalidades y escuchar un pequeño recital de piano, de pronto sienten que, aunque quieran y tengan deseos de retirarse a sus casas, simple y sencillamente no pueden abandonar la enorme estancia de la residencia. Nada físico se los impide, ni una puerta cerrada ni un muro, sólo una fuerza extraña que los mantendrá a todos juntos en el lugar durante las próximas horas.

Un armario situado en dicha estancia, servirá como un espacio cargado de cierta magia y misterio, a cuyo interior serán atraídos algunos de los asistentes, para dar lugar a situaciones cargadas del erotismo sutil y sugerido propio en la filmografía de Buñuel, así como alguna tragedia, que llevará a todos los personajes a ir explorando sus instintos más violentos y humanos, lo que verdaderamente esconden detrás de su pulcra, elegante y, porqué no, estirada facha de ricos.

Las dificultades que enfrentarán serán diversas, empezando por la comida, que al no poder salir de la casa empezará a terminarse, así como el agua, además de que empezarán a sentirse como animales enjaulados y a atacarse entre sí. No hay ningún personaje que se salve del tratamiento sarcástico de Buñuel, cada uno esconderá algo detestable, algo criticable y cualquier cosa será motivo para que surja alguna pelea, siendo el mayordomo encarnado por Brook, el único que se mantendrá, con muchos esfuerzos, imperturbable e impasible, aun cuando las cosas parezcan ponerse más difíciles.

En realidad, lo que menos importará es el origen o motivo de esa fuerza que evita que nuestros personajes dejen la casa. Todo será un pretexto para juntar a estos soberbios, orgullosos y creídos burgueses, y ponerlos en una situación límite que exhiba la verdadera naturaleza de la que están hechos, como conejillos de indias con los que Buñuel puede divertirse a sus anchas, equiparándolos con los animales (un oso y una cabra) que sin mayor razón andan merodeando dentro de la mansión.

Lo cierto también, es que estamos ante una película que en muchos momentos resulta divertida, tensa e inquietante en partes iguales, gracias a sus buenas actuaciones, sus diálogos punzantes y a una gran observación en las costumbres de la clase alta, para ridiculizarlos usando el humor negro, sello particular de Buñuel.

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