jueves, 8 de julio de 2010

TAKING WOODSTOCK * * 1/2

Demetri Martin y Liev Schreiber en "Taking Woodstock", un viaje "ácido" y psicodélico.






Como su título lo indica, Taking Woodstock (2009) trata sobre ese mítico festival de música de los 1960. Muchos dicen que ayudó a terminar la Guerra en Vietnam, ya que la esencia del festival era el de vivir la música bajo la filosofía hippie de amor, paz y, claro, mucho LSD. “3 días de paz y música”, como decía su slogan. El festival estaba hecho por y para hippies, y ahí se presentaba lo más selecto del rock’n roll de la época. En esta película del versátil Ang Lee, se cuenta la historia, parte real y parte ficción, sobre cómo se organizó la primera edición del festival en 1969, en el pueblito de Bethel, a las afueras de Nueva York. Así se rescataría al pueblo a través del turismo y las divisas que dejaran sus visitantes.

Ang Lee ha pasado por casi todos los géneros cinematográficos. Taking Woodstock es una película llena de buenas intenciones, ideas atractivas, pero que acaba fallando por muchas razones. Paradojicamente, no es una película de tema musical, a pesar del título que ostenta. La banda sonora de Danny Elfman se siente de los 1960, y es un punto logrado en la película. Pero siendo una película sobre el festival de Woodstock, no hay suficientes canciones de fondo que alimenten el espiritu musical del espectador. Lo que es quizás más frustrante, es que en ningún momento vemos una banda actuar en el escenario. Este sólo se verá de lejos (recreado digitalmente), en medio de un mar de gente (también creada digitalmente) y será algo dificil de alcanzar para Elliot (Demetri Martin) quien, según la premisa del filme, tuvo la idea de organizar el festival en su pueblo.

Elliot lleva una existencia rutinaria y aburrida en Bethel, como el presidente de su risible “Cámara de Comercio”, cuyos miembros se encuentran ideando formas de que el lugar vuelva a tener presencia en el mapa. Además, Elliot se encuentra ayudando a sus padres, de origen judío, a mantener un horrible motel. Su madre (Imelda Staunton, genial) prefiere no lavar las sábanas para no gastar en electricidad y jabón. No quiero decir lo que usa el padre (Henry Goodman), un triste y callado hombre, para la alberca en lugar de cloro. Para colmo, un grupo de teatro experimental está viviendo en el establo de junto, y sus miembros, en arranques de trance creativo, les da por quitarse la ropa.

Luego de unas llamadas, Elliot tendrá la solución para salvar la economía de Bethel, orgulloso pueblo lechero, y de paso, la de su familia, organizando el festival de Woodstock en una granja, propiedad de Max Yasgur (Eugene Levy). Todo esto suena muy gracioso, y si usted está pensando que será demasiado para un pueblo, conservador y pequeño, soportar la carga, está en lo cierto. Suena cómico, pero nada más en papel, porque si hay un gran defecto en la película, escrita por James Schamus, es que no trata de absolutamente nada más.

Conforme Bethel se va llenando cada vez más de hippies, la mayor parte del tiempo no vemos más que eso: hippies, hippies y más hippies. Desnudos, tirados en el suelo durmiendo, bañándose en un lago, etcetera. Lo que debo reconocer en el trabajo de Ang Lee, adaptando el libro de Elliot Tiber y Tom Monte, es que en un afán por darle sabor documental a la película, realmente nos hace sentir que estamos en los 1960. Hay muchas tomas en donde vemos el clásico estilo de Lee al dividir el cuadro en 2, 3 o hasta cuatro cuadros, y vemos desde distintos puntos de vista lo que ocurre en los alrededores. Es como si estuviera filmado por una cámara de 16 milimetros, documentando el desarrollo del festival.

Además de la ambientación sesentera, si hay algo que también me gusto es una pequeña, “ácida” y psicodélica secuencia animada, en donde vemos todo a través de los ojos de Elliot bajo los efectos del LSD. El problema de Taking Woodstock, es que hay muchos personajes desperdiciados y que desaparecen sin motivo (la hermana de Jake y un par de mafiosos extorsionadores sólo merecieron una escena), mientras que Vilma, el personaje homosexual de Liv Schreiver, no tiene gran cosa que hacer en la película.

¿Una película que muestra cómo a un festival tan “bohemio” como Woodstock pueden moverlo intereses más económicos que otra cosa? ¿Una película sobre la homosexualidad y el amor libre? No me ha quedado muy claro.

++ El DVD contiene de extras escénas inéditas, "Paz, amor y cine", "No hace falta público: The earthlight players" y audiocomentario del director Ang Lee y el guionista James Schamus.

miércoles, 7 de julio de 2010

LAT DEN RÄTTE KOMMA IN * * * * *




"Let the Right One In" cuenta una historia de amor entre un niño humano y una niña vampiro.

Son extrañas las vetas que puede seguir un subgénero tan manoseado como el del vampirismo. Y no hablo de algo tan poco original y, por ende, comercial, como la saga de Twilight. Me refiero a una película que rompe con todo lo visto hasta ahora, en su aproximación más inocente, sutil, aunque no por ello menos sangrienta y violenta, al género de los chupa sangre. Me refiero a Lat den rätte komma in (Let the Right One In, 2008), del realizador sueco Tomas Alfredson.

Tomando como punto de partida un melodrama familiar, Alfredson logra colar una conmovedora historia de amor, que no deja de sorprender en ningún momento. Es una historia sobre la soledad compartida de 2 niños, quienes tienen en común la falta de un núcleo familiar; del amor y calidez de un hogar. Por ello, buscan refugio constante en un parque abandonado, en medio de la nieve de invierno de Estocolmo.

Ambientada a principios de los 1980, la historia nos cuenta cómo Oskar (Kare Hedebrant), un niño solitario que sufre del acoso constante de un niño en la escuela, quien lo humilla y tortura siempre que puede. Oskar vive con su madre, quien vive separada de su marido. Es en las visitas a su padre donde el chico tiene sus pocos momentos de felicidad, hasta que conoce a su nueva vecina, Eli (Lina Leandersson), una niña tan solitaria como él, pero por razones diferentes. No estaría revelando mucho de la trama si dijera que la razón por la que Eli es solitaria, y está casi siempre encerrada en su casa, es porque es un vampiro.

El ser vampiro para Eli es algo parecido a una enfermedad. No es algo fascinante, o que le depare aventuras. Eli dice tener 12 años, o al menos ha tenido esa edad por mucho tiempo. Luce como un niña enferma, y tiene que alimentarse de la sangre que su padre (o quien parece ser su padre), tiene que salir a conseguirle a la calle, asesinando inocentes que va encontrando. Cuando su padre fracasa -cosa que siempre pasa-, Eli tiene que salir en las noches a buscar víctimas por su cuenta. Tiene que asesinar, comportarse como un animal, sufriendo por ello. Eli se siente tan avergonzada por su condición de vampiro, que le es difícil confesarle abiertamente a Oskar que lo es. “No soy una niña”, será todo lo que podrá decirle.

Lo que vendrá, es una entrañable historia de amor, basada en la novela escrita por John Ajvide Lindqvist (autor del guión), que nos depara un par de sorpresas al final. Una historia, además, nada sencilla de ver. De alguna forma, la violencia infantil (no la sufrida por los niños, sino la provocada por ellos) no es fácil de asimilar y digerir. Oskar será capaz, en un momento dado, de experimentar la maldad, aunque sea en defensa propia.

Los efectos de sonido fueron realizados por el mismo Alfredson con recursos simples y primitivos, como el sonido del yoghurt para beber (para simular el sonido cuando Eli bebe sangre), o el sonido producido al morder una salchicha (cuando la niña muerde a sus víctimas). La escena de la piscina es todo un logro visual. Mientras vemos el rostro de Oskar bajo el agua, a punto de ser ahogado, arriba se consuma una sangrienta y dulce venganza. La cámara jamás se mueve del rostro del chico, pero podemos imaginar la carnicería que está ocurriendo fuera del agua. La historia de amor entre Oskar y Eli se adivina imposible: ella seguirá siendo niña, inmortal, cuando Oskar será un anciano.

 

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