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miércoles, 15 de enero de 2020

KNIVES OUT


¿FUE EL MAYORDOMO? Daniel Craig en modo Sherlock Holmes.
El viejo género en el cine del crimen misterioso en mansiones lujosas sigue vigente. Aquel que pensaba que era cosa del pasado, estaba muy equivocado. No es raro que Hollywood nos tome por sorpresa resucitando géneros de antaño, como es el caso de Knives Out, una clásica whodunnit en el más amplio sentido de la palabra, que trae de vuelta exitosamente estas historias al cine.
Afortunadamente, Knives Out, dirigida por Rian Johnson (director del episodio VIII de Star Wars, The Last Jedi, del 2017) logra su cometido, una excelente película de crimen y misterio en la vieja tradición de las novelas escritas por Agatha Christie, o las novelas de Sherlock Holmes, escritas por Sir Arthur Conan Doyle (los aficionados a estos libros se deleitaran con el filme), y tal vez, una de las películas mejor tramadas, escritas, y casi perfectas de este año. Es una película redonda, con un amplio reparto (que incluye a Jamie Lee Curtis, Don Johnson, Toni Collete, Michael Shannon, y Chris Evans), en donde todos y cada uno de los actores se desempeñan de forma estupenda. Su guión es inteligente, y no pierde la oportunidad de meter, sin dificultades, un tema sensible y de actualidad: la inmigración. Y claro, es también un guión con detalles graciosos y uno que otro---asqueroso.
Knives Out traerá a la mente de los cinéfilos, además de las innumerables adaptaciones de novelas de Agatha Christie al cine, filmes como Clue (de 1985, basado en el juego de mesa del mismo nombre), y más recientemente, Gosford Park (2001) de Robert Altman, y Murder on The Orient Express (2017). Hay un pequeño homenaje al programa de los 1980s Murder She Wrote, protagonizado por Angela Lansbury.
La película arranca con varios interrogatorios, que un par de detectives de policia (Lakeith Stanfield y Noah Segan), junto a un detective privado, Benoit Blanc (de las mejores actuaciones de Daniel Craig, aunque me pregunto qué acento habrá intentado hacer ¿sureño tal vez?), debido a la misteriosa muerte de un famoso escritor de novelas de misterio, Harlan Thrombey (Christopher Plummer, como siempre excelente). Marta Cabrera (Ana de Armas), su enfermera, inmigrante latinoamericana con una extraña compulsión de vomitar cuando dice mentiras, es la principal sospechosa. ¿Asesinato o suicidio? Tal será el misterio que deberá resolver Benoit, que si bien en la primera mitad no nos sorprenderá mucho con habilidades deductivas a la Sherlock Holmes, o con la elegancia bigotuda del analítico Hercule Poirot, será en el tercer acto cuando, poco a poco, sus talentos se irán revelando. Benoit tiene un poco de aquellos personajes clásicos, además de cierta capacidad para el sarcasmo, sentido del humor, y buen observador.
Difícil resultará describir una historia tan laberíntica y compleja, que va tomando caminos inesperados; que juega con nuestras expectativas y está llena de flashbacks. Si bien nosotros tenemos la ventaja de saber, alrededor de la mitad del filme, qué fue lo que pasó con el escritor en su pequeño pero fascinante estudio (un gabinete de curiosidades, un pequeño museo, como toda la mansión en sí, en donde no hay rincón que no atrape nuestra mirada), esto no quiere decir que sea aquí cuando al filme se le acabe el combustible. Al contrario. Johnson (también escritor del guión) apenas está calentando motores, para llevarnos hacia una segunda mitad muy disfrutable y magnífica, llena de giros inesperados, y que te tendrá atrapado en la butaca.
⭐️⭐️⭐️⭐️⭐️

miércoles, 28 de diciembre de 2016

GIRL ON THE TRAIN * * * 1/2


Emily Blunt
Quienes hayan visto Gone Girl, estarán pisando terrenos muy familiares en The Girl on the Train. Dirigida por Tate Taylor (The Help), y basada en un bestseller escrito por Paula Hawkins, su título puede ser un poco engañoso. Su acción no ocurre la mayor parte del tiempo en un tren. La chica del título, Rachel (interpretada por una magnífica Emily Blunt), adopta como mayor distracción durante el viaje en tren que realiza del trabajo a su casa, el observar la vida privada de una pareja en su hogar. Muy pronto averiguamos que Rachel solía ser vecina de dicho matrimonio, cuando estuvo casada con  el hombre (Justin Theroux) que la acabó dejando. La causa del divorcio no es muy difícil de adivinar, ya que desde los primeros minutos del filme, vemos que Rachel muestra un comportamiento errático, una mirada perdida, y un rostro adormilado-anestesiado, debido a su problema con el alcohol.

Rachel tiene problemas para dejar su pasado atrás, y la fascinación que despierta en ella la idílica felicidad que proyecta ese matrimonio (Luke Evans y Halley Bennet) parece llenar en ella los vacíos emocionales que la tienen deprimida. Esa felicidad representa lo que ella siempre deseó y nunca tuvo junto a su ex marido. La rutina del ir y venir en tren de los suburbios a Nueva York (la novela original está ambientada en Inglaterra) se detiene, justo cuando un día Rachel observa que la mujer se encuentra en el balcón de su casa --- con un hombre que no es su marido. El acontecimiento será el detonante de una obsesión, que acabará empeorando cuando la mujer se reporte como desaparecida, y se presuma muerta. 

Lo peor para Rachel, es que fue la última en haberla visto en un parque mientras la seguía, hasta que  por su embriaguez perdió el conocimiento. The Girl on the Train nos presenta las piezas de un rompecabezas narrativo, que nos corresponde a nosotros ensamblar en nuestras mentes. En tanto, otras dos narraciones paralelas nos muestran, precisamente, la historia de Megan (Bennet), la mujer desaparecida, y lo que pasó hasta el momento de su desaparición, incluyendo las sesiones con su psicólogo (Edgar Ramírez), así como la historia de Anna (Rebeca Ferguson), una joven madre y la nueva esposa del ex marido de Rachel, quien guarda en su memoria un mal recuerdo que involucra a esta última.

Lo más interesante de la película, acaba siendo su manera de contar y entrelazar las tres historias,  hasta que el velo del misterio queda descubierto. A pesar de que en ocasiones el ejercicio se pone algo confuso, debido a que sus saltos entre el pasado y el presente son casi imperceptibles (si uno se distrae por tres segundos corre el peligro de perderse), la historia tiene giros y vueltas de tuerca que le dan un rescatable suspenso psicológico. Es cierto, su rompecabezas narrativo no es más que un truco para hacer más intrigante un tal vez no muy imaginativo u original melodrama romántico, con tintes de historia de misterio estilo Agatha Christie, incluyendo algo de sexo explícito. 

Lástima que la detective interpretada por Allison Janney se sienta algo desaprovechada, apareciendo y desapareciendo arbitrariamente. Sin embargo, The Girl on the Train termina siendo visible, gracias a su fabuloso reparto femenino, y que, si bien su final se siente apresurado, consiguió tenerme pegado a mi asiento durante la mayor parte del tiempo.

jueves, 4 de septiembre de 2014

THE GRAND BUDAPEST HOTEL * * * * *

HOTEL DE MÁS DE CINCO ESTRELLAS.
Tony Revolory, Tilda Swinton y Ralph Fiennes.
Los filmes de Wes Anderson tienen una particularidad: con ver unas cuantas escenas, adivinamos de inmediato que se trata de un filme suyo. Al enfrentar una película suya, sabemos que estamos a punto de entrar a un mundo lleno de excentricidades, estilización y fábula. The Grand Budapest Hotel es la más reciente muestra de ello. Inspirada en textos del escritor Stephan Zweig, la película resulta  irresistible y extraña al mismo tiempo; inclasificable y visualmente atrayente. Aunque estamos viendo acción en tiempo real, con actores de carne y hueso, la primera sensación que tenemos es de estar  hojeando un libro, quizás uno de esos cuentos escritos por Roald Dahl para adultos, con humor negro y mucho sentido del absurdo. 

Hay además una especie de excentricidad en los cambios drásticos en el formato de su fotografía. De un formato panorámico, justo en la narración que comienza en 1985, con Tom Wilkinson dándonos una somera introducción de lo que estamos por ver, el formato se amplia más cuando nos transportamos a los años 1960s. El cansado gerente del casi abandonado y silencioso hotel del título, se sienta frente a un escritor y huésped del hotel (Jude Law) a contarle melancólicamente la historia de cómo llegó a ocupar dicho puesto. De ahí, el formato se reduce drásticamente, cuando vemos el Grand Budapest durante su esplendor a principios de los años 1930. 

La historia se ubica en un país ficticio, la república de Zubrowka. El microuniverso en el que se encuentran instalados los personajes -o se mueven cercanamente- es el Grand Budapest Hotel, uno de esos hoteles que parecen existir nada más en la mente de escritores y guionistas de la época de Oro de Hollywood. Lugares palaciegos, dónde el servicio no estaba peleado con la sofisticación, clase y glamour. Dichos calificativos describen a Gustave H., el gerente del hotel, interpretado impecable, magistral e impresionantemente por un Ralph Fiennes. Y digo impresionante, porque este fue su trabajo después de haber dirigido e interpretado a Dickens en The Invisible Woman. ¿De dónde sacó la energía y el tiempo para preparar el personaje después de aquel proyecto? 

Fiennes está genial, es un monstruo. Su actuación es sostenida, sin notas falsas, moviéndose sin problemas en una  historia que pasa, casi imperceptiblemente, de ser un relato whoddunit a una caper movie, con una envoltura de comedia finamente tramada. Hay suspenso y romance. Gustave tiene su lado obscuro por su larga historia de romances con huéspedes ancianas ("Les procuro un poco de amor y compañía nada más", según afirma). Su último affair  (una Twilda Swinton casi irreconocible), una millonaria octogenaria, ha aparecido muerta en su residencia. Gustave tiene en Zero Boy (Tony Revolory), el eficiente bellboy del hotel, algo cercano a un sidekick, a quien convierte en su protegido y especie de aprendiz. 

Décadas después, Zero Boy, acaba convertido en Moustafa (F. Murray Abraham), quien nos cuenta su   historia junto a Gustave, así como su romance con una chica pastelera (Saoirse Ronan), quien extrañamente lleva en la mejilla una marca de nacimiento con la forma de México. Cuando corra la noticia de la muerte de la anciana millonaria, el hijo heredero (Adrian Brody) culpará a Gustave de asesinato, arrancando así una serie de aventuras para el gerente en su intento por demostrar su inocencia. 

Es obvio que Anderson, entre toda su celebración al artificio y a la comedia silente (esas maquetas que abren el filme y nos ubican, yendo por un teleférico hasta la localización del hotel entre las montañas, recuerdan efectos especiales primitivos del cine silente, así como otras rutinas cómicas, tanto visuales como físicas del cine de los 1920s), quiso hacer su homenaje particular a Hitchcock. Hay viajes e intrigas en el vagón de un tren, un macguffin en la forma de una pintura titulada "Niño con manzana", y todo el suspenso maquinado de una forma exquisita, delirante y maravillosa.

También basta con ver el elenco para adivinar cuándo estamos ante una película de Anderson. A la "lista de invitados", además de Adrian Brody,  se agregan Bill Murray, Jason Schwartzman, Owen Wilson y Edward Norton. No hay duda que, por mucho, estamos ante el mejor filme de Anderson a la fecha.  

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