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Resulta que ahora quien está en peligro es Woody, debido a que ha sido robado por un ambicioso coleccionista en una venta de garage, que la mamá de Andy organizó y a donde fue a caer el vaquero por equivocación. Ni tardos ni perezosos, Buzz y los demás juguetes se organizarán para ir al rescate de Woody, antes de que el coleccionista lo venda para una exhibición en Japón.
Woody descubrirá algo muy parecido a lo que enfrentó Buzz en la primera película: no es el ú
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La película es tan entretenida como la primera parte, y en cuanto a la técnica de animación se notan los avances que hubo entre una y otra, en escenas estupendas como la del recorrido de Buzz dentro de la juguetería en un coche de cuerda, aquella del almacén de maletas en el aeropuerto, la del elevador a gran velocidad, y como agregado tenemos una variedad de Barbies con elaborados y complejos bailes a go-go. Las dos líneas argumentales: la de la juguetería, con Buzz teniendo dificultades con su propio villano, el Emperador Zurg, y otro Buzz Lightyear con el mismo delirio de grandeza que él tenía en la primer película, y la trama de Woody atrapado con Pete y Jessie, son manejadas con mucha habilidad por Lasseter y sus guionistas, incluyendo esa pequeña secuencia en flash-back sobre la historia de Jessie, junto a una niña a la que le pasó lo que a todos los niños: creció.
Aquel es el verdadero trasfondo de la historia de Toy Story 2, el inevitable proceso de crecimiento, de envejecimiento, por el que hasta un juguete tiene que pasar (esa parte en la que Woody se somete a un proceso de restauración por un ancianito, es muy sugerente al respecto). Pete se lo hará ver a Woody para que piense en su futuro: Andy tendrá que crecer, madurar, dejar de ser niño y lo abandonará algún día. El gran dilema será ¿Qué desea Woody para su futuro? ¿Algo como una “vida eterna” al convertirse en objeto de culto y exhibición, o la posibilidad de ser desechado en la basura por su entrañable dueño?
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