lunes, 24 de diciembre de 2007

EL HOLLYWOOD DE AYER: IT'S A WONDERFUL LIFE * * * * *

Si hay un clásico navideño, junto a las múltiples adaptaciones de la dickensiana “A Christmas Carol”, ese es sin duda It’s A Wonderful Life! (E.U., 1946), de las obras maestras de Frank Capra. De hecho, no deja de haber mucho de la historia escrita por Dickens en la película de Capra, en su tema de ajuste de cuentas existencial que su personaje, George Bailey (estupendo James Stewart) debe hacer con su vida el día de Navidad. La película de Capra tuvo que esperar a que el tiempo le hiciera justicia. En el momento de su estreno, el público la consideró como un simple cuento de hadas. Sin embargo, con el paso de los años, el filme pasó a ser uno de los trabajos clave de Capra, y una cinta imprescindible para muchos por estas fechas (como para su servidor), cuya transmisión en la televisión de Estados Unidos en las vísperas de Navidad nunca puede fallar.

En It’s a Wonderful Life! la Navidad sirve como un invernal escenario para desarrollar la historia de George, narrada desde el inicio por Dios a un ángel, Clarence (Henry Travers, genial en su corta actuación), que luego de esperar 200 años para tener sus alas, la oportunidad de ganárselas llega con la misión de salvar el alma de Bailey.

“Mira ese rostro, apréndetelo, porque es el rostro de un ganador”, le dirá Dios a Clarence, mientras vemos la imagen del alegre gesto de George, que nació, creció y maduró en el pueblito de Bedford Falls. Alegre y optimista, George padece desde niño sordera en el oído izquierdo, por tener que salvar a su hermano de ahogarse en el agua helada de un lago. Capra deja lucir su maestría narrativa, desplegando en pantalla los aspectos más entrañables en la vida de George, un hombre que parece destinado a triunfar y hacer siempre lo correcto, como salvar de ser envenenada a una señora por el error de un farmacéutico.

En una de sus mejores actuaciones, James Stewart (actor fetiche de Capra) es capaz de dotar de infinidad de matices al personaje de George, deseoso de salir del pueblito y comerse al mundo, cosa que nunca puede hacer por encargarse del negocio de su fallecido padre, una cadavérica agencia hipotecaria a punto de quebrar, de lo contrario, el ambicioso señor Potter (excelente Lionel Barrymore), un capitalista a más no poder y socio principal, la administrará por caminos ajenos a las intenciones de los Bailey.

Cuando las cosas estén insostenibles en el negocio para George, luego de echarse encima una deuda con el banco de 8 mil dólares, se sentirá inconforme en su matrimonio con Mary (Donna Reed, bellísima como siempre) y sus 4 hijos. Desesperado, George no verá otro camino que el suicidio, momento en el que entrará Clarence para detenerlo y cumplirle su deseo: No haber nacido jamás. George vivirá así unas horas tormentosas, al ver que en el pueblo nadie lo conoce y las vidas de sus amistades son otras, incluso la de Mary.

Capra pudo colar en esta entrañable historia sus ideas socialistas, y lanzaba también, por supuesto, su habitual crítica al capitalismo. Y lo genial del relato radicaba en su delirante giro argumental, que convertía el melodrama familiar en un relato fantástico, sin dejar de ser encantador a pesar de lo inquietante que se tornaban las cosas para George.

Basada en un pequeño relato escrito por Philip Van Doren Stern, adaptada por el mismo Capra y los guionistas Frances Goodrich, Albert Hackett y Jo Swerling, la cinta, con todo y sus momentos dulces y melodramáticos, no dejaba de ser consistente en su trama, dura en todo lo que acontecía a sus personajes, con un eficaz reparto secundario. Capra daba en el clavo en la premisa acerca de cómo una simple vida influye en otras. George no pudo realizar sus sueños de juventud, y el mensaje de la película era claro: ser feliz con lo que a uno le toca, aceptar las decisiones buenas y malas, y lo que uno cosecha en la vida. Así, sin más.

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