martes, 14 de julio de 2009

TRECE CAMPANADAS * * 1/2

"Trece Campanadas" es un relato de suspenso psicológico que falla por lo confuso de la situación que plantea: los fantasmas del pasado que atormentan a su joven protagonista.





Para mí, siempre ha sido incuestionable el talento de Luis Tosar, Juan Diego Botto y Marta Etura. Pero en Trece Campanadas (2002), nunca acaban por convencer, no por culpa de ellos, sino por el errático y confuso guión. Tosar interpreta aquí el personaje que mejor sabe hacer, el explosivo y violento hombre, en conflicto permanente con todos los que le rodean; mientras, Marta Etura vuelve a ofrecer una aceptable actuación, como la chica guapa y vulnerable, siempre en medio de un tremendo problema romántico, en donde un chico confundido nunca puede expresarle sus sentimientos.

El chico en cuestión es Jacobo, personaje de Juan Diego Botto, que ha regresado de Argentina a Galicia para enfrentar a su tormentoso pasado. El realizador gallego Xavier Villaverde, inicia la película de manera notable, con Jacobo de niño, atestiguando los maltratos de los que era objeto su mamá por parte de su violento padre, un renombrado escultor interpretado por Tosar con suma convicción y acostumbrada fuerza histriónica. Mateo, el escultor, muere en circunstancias misteriosas, y la mamá de Jacobo puede ser la responsable.

No se nos revelará nada más, sólo que años después la mamá de Jacobo sufre de esquizofrenia a raíz de este hecho. La realidad que enfrenta Jacobo a su regreso, es la de ver a su madre internada en una clínica, presa de la locura y de los fantasmas del pasado. Jacobo asumirá la responsabilidad de terminar la que podría haber sido la obra maestra de su padre, una escultura para la catedral de Santiago de Compostela.

Villaverde construye un buen suspenso psicológico. El director ha sabido cómo introducirnos en la mente de Jacobo, y hacernos partícipes de las visiones que tiene de su padre. Tosar es una presencia maligna, casi diabólica, encarnando una especie de espectro vengativo que ha regresado del más allá, para arreglar asuntos pendientes que dejó en este mundo. Por supuesto, nosotros sabemos -o al menos así lo quiero creer- que todo es producto de lo que podrían ser los síntomas de la esquizofrenia en Jacobo. Sin embargo, nunca estuve seguro de ello.

No hay problemas con las opresivas y obscuras atmósferas que crea Villaverde, mucho menos con el auténtico pathos que rodea a casi todos los personajes. El problema es con el hecho de que nunca tenemos en la película un punto de vista alterno al de Jacobo, que nos haga saber si lo que está viendo es producto de su mente enferma, o con el hecho de que tal vez Mateo esté vivo y haya regresado para hacerle la vida imposible a Jacobo.

Incluso hay una escena en la que Mateo se aparece a Jacobo diciéndole “No tengas miedo, no estoy muerto”, pero el hecho es de que nunca tendremos la certeza de si en efecto está vivo o es tan sólo una visión esquizofrénica de Jacobo. Lo seguro, es que nadie más lo ve más que él. No existe el punto de vista de un tercero, que nos haga saber si Jacobo está hablando solo, forcejeando consigo mismo, etc., o si realmente está acompañado por Mateo.

Contrario a estos problemas, me gustó cómo Villaverde intenta emular a Hitchcock en varias escenas, como en la muerte de un personaje cayendo de un andamio dentro de la catedral, o en esa escena dentro del campanario, que recuerda también al Buñuel de “Él” (1953). Pero es una pena que estos aciertos estilísticos en la realización, se vean empañados por lo que ha sido un problema de edición, que no hace más que hacernos sentir más confusos que el mismo Jacobo.

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