miércoles, 15 de enero de 2020

THE LIGHTHOUSE

Willem Dafoe y Robert Pattinson
Muchos todavía tenemos en la memoria La Bruja (2015), anterior filme de Robert Eggers, un filme, irónicamente, sobre una bruja que nunca se ve (o apenas y vemos algo de la misma); y sobre un horror también no visible, pero sí evidente, que rodea a sus personajes. Un horror que apuesta por tomar el camino de lo poco convencional por uno más psicológico. ¿Quién hubiera imaginado que su siguiente filme, El Faro, iba a ser uno en blanco y negro, con tan sólo dos personajes, y una historia instalada en, precisamente, un faro? Es como si la predilección del director por reducirlo todo a su mínima expresión tuviera en esta película su punto culminante. ¡Y qué película!
En El Faro, Eggers trae de regreso el tema del horror palpitante e invisible, que en lugar de ser externo, vive adentro de sus personajes, creciendo y creciendo silencioso, hasta llegar a su punto de ebullición.
Es una isla de Nueva Inglaterra, en los 1890. Dos guarda faros, Thomas (Willem Dafoe, fantástico), y otro más joven, también de nombre Thomas (Robert Pattinson, no menos genial), llegan a la isla en un día lleno de neblina. Durante las siguientes cuatro semanas deberán trabajar juntos, cuidando y manteniendo el faro funcionando. Suena a un trabajo aburrido, algo que nadie quisiera hacer, pero el viejo y pedorro Thomas, cual viejo lobo de mar al mando de una embarcación, se encargará de mantener ocupado al joven con todo tipo de tareas, como pintar el faro, o dejar el suelo brillante de limpio ---no importa las veces que sea necesario limpiarlo para dejarlo como espejo.

Desde el inicio, su relación será difícil, con personalidades distintas que no tardan en colisionar. El viejo, más parlanchín, gusta de una buena plática, con todo y acento de pirata inglés, bien rebozado en ron (excelente acento de Dafoe), durante obscuras cenas, iluminadas sólo con una lámpara en la mesa; el joven, de contadas palabras, no es muy amigable, y tiene poca paciencia ante la verborrea de su jefe y su flatulenta compañía. No será por mucho tiempo así, ya que por obra y gracia de una extraña química, ambos empezarán a compartir anécdotas, y a entender que si quieren sobrevivir durante un mes y poco más juntos, lo mejor es bajar la guardia y ser amigos.
Sin embargo, el viejo Thomas pronto empezará a revelarse como un ser misterioso, que cada noche se escapa a la punta del faro para encerrarse ahí. "¡¡La luz es mía, mía!!", es todo lo que grita desde ahí. ¿Está simplemente loco? ¿Qué oculta ahí? ¿Quién, o más bien, qué es Thomas?
Lo brillante del filme de Eggers, es su manera de reflejar la locura en la que, poco a poco, van cayendo ambos personajes, debido al encierro y al tedio, así como de reflejar la obsesión del joven por saber el misterio del faro. Lo mejor, es ver cómo la historia se divide entre la realidad y la fantasía, en esos sueños y alucinaciones que van afectando al joven, al creer que una sirena (Valeriia Karaman) ha llegado a la costa por él y lo ha embrujado (resulta gracioso pensar en un giro de horror sobrenatural del relato de La Sirenita, pero la cosa no va por ahí). Mientras, el sádico viejo disfruta haciéndolo sufrir, con su abuso de autoridad y supersticiones sobre gaviotas (si en La Bruja una cabra tomaba tintes diabólicos, aquí será una gaviota la que tome un protagonismo especial), cómodamente viéndolo de lejos romperse el lomo. El viejo llega a transformarse en una especie de figura paterna, yendo su relación por toda clase de altibajos, hasta llegar a un tono homosexual que empezará a ser incómodo entre ambos.
También es a través de una narración fragmentada el cómo Eggers refleja el resquebrajamiento de sus personalidades, sin saber nunca a ciencia cierta si el joven Thomas está alucinando, o si sus pesadillas se están materializando. El sonido juega un papel crucial, con esa alarma del faro sonando constantemente, o el sonido del mar tempestuoso, que acentúan más el estado mental de los dos personajes. Mención especial merece la hermosa dirección de fotografía, a cargo de Jarin Blaschke (por favor, para "su consideración", una nominación a Mejor Fotografía en los Oscares), llena de muchos contrastes, y sin temor a hundir a los personajes en una casi total obscuridad, como cuando cenan. Se cuece a fuego lento, pero El Faro es una pequeña joya, imperdible.
⭐️⭐️⭐️⭐️

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