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Cuarto largometraje del irregular realizador televisivo francés Miguel Courtois, El Lobo arroja pocas pero contundentes reflexiones políticas que, a treinta años de los acontecimientos en los que está basado, ayudan a entender un poco cómo es que el terrorismo en España todavía sigue causando tensión y victimas, cuando José Coronado, en su papel de frío jefe de policia, deje entrever que se necesita del terrorismo para que siga funcionando el sistema político.
Corre el año de 1973. Txema (Eduardo Noriega) es un sencillo padre de familia, dueño de
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Con el nombre clave de “Lobo”, Txema tomará así la arriesgada labor de informar sobre movimientos importantes del comando y la ubicación de los jefes, dándose tiempo para un romance con una guapa francesa de origen vasco (Mélanie Doutey), involucrándose en una misión que terminará por convertirse en un vehículo para sus pacíficas ideas políticas, en contra de la violencia y la lucha armada.
Basada en hechos reales, según se dice el “Lobo” sigue siendo buscado por ETA por traición, un precio alto que tuvo que pagar a cambio de que la policia llevara a cabo el mayor golpe a la organización terrorista, deteniendo a 150 de sus miembros aquel 1973. Eduardo Noriega logra una impecable interpretación, respaldado por un muy eficiente reparto y una gran ambientación, sin dejar de mencionar la notable capacidad de Courtois para armar visual y narrativamente su película, sobre un hombre común y corriente que lo perdió todo: su familia, su identidad (física y pública) y una vida, al convertirse en el instrumento de una policia, en aquel entonces, tan violenta como el mismo terrorismo que combatía.
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