miércoles, 24 de diciembre de 2008

NO SOMOS NADIE * 1/2

Poco o casi nada me agradó el primer largometraje del actor catalán Jordi Mollà, No Somos Nadie (2002). Sin duda, Mollà es un buen actor, que ha dado grandes muestras de talento a lo largo de su carrera, pero que amenaza con estancarse en papeles de villano latino en Hollywood. Aunque como director, creo que todavía tiene un largo camino por recorrer. En No Somos Nadie se ha dejado llevar por los mayores defectos de un director novel: descuidar la historia que trata de contar y sus personajes.

La película acaba siendo un churro monumental. Su experimental intento de hacer una parodia política y social sobre los medios de comunicación, de cómo estos pueden crear “falsos mesias”, se va por la borda debido a una caótica narración, plagada de incoherencias y que no es más que una frenética amalgama de imágenes sin sentido, en el peor estilo de un canal de videoclips musicales. Las referencias al catolicismo son obvias, pero se queda atrás al querer hacer una comedia de humor negro en su crítica a la iglesia y de cómo esta se relaciona con los medios.

Jordi Mollá interpreta a Salvador, un pobre diablo que vive de pedir dinero en el metro junto a un amigo, hasta que cae en la cárcel por un homicidio accidental. A través de un ridículo programa, conducido por un “satanesco” personaje (Daniel Giménez Cacho), Salva conseguirá su libertad por la unánime decisión del público, en una clara parodia de los reality shows televisivos. Salva se transforma en una especie de gurú-mesias, que irá “involuntariamente” tomando la imagen de Cristo, hasta que se transforme en un objeto mediático que será usado por los productores para ganar más audiencia.

Por ninguna de estas vías funciona la película. Apenas reí, me resultaron molestos los desplantes visuales de la película; en muchos momentos me pregunté qué estará queriendo contarme Jordi en su filme, o qué es lo que realmente quiere su personaje (si es que algo busca o quiere), y en otros instantes todo amenazaba con dejarme de interesar. Salva -y en realidad el resto de los personajes- no tienen el más mínimo atractivo ni punto de interés o complejidad,… nada. Hacen honor al título del filme, “No somos nadie”, como grita en algún momento en el escenario Salva a su audiencia.

La película no dejó de recordarme a Sin Noticias de Dios (2001), fallido filme de Agustín Díaz Yañez, y casi podría apostar a que Jordi se inspiró en esta para escribir No Somos Nadie. En ambas se quieren adentrar, de una forma sarcástica y ácida, a la eterna confrontación entre el “cielo” y el “infierno”, Dios y Satanás, que en Hollywood se ha hecho más notablemente. Para lograr esto se necesita una adecuada vena humorística e irónica, que ni Yañez ni Mollà tienen.

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