jueves, 22 de diciembre de 2011

LA PIEL QUE HABITO * * 1/2


Antonio Banderas y Elena Anaya.


Pedro Almodóvar sigue siendo uno de mis favoritos. No importa que su más reciente película, La piel que habito (2011) no me haya gustado tanto como su anterior trabajo, Los abrazos rotos (2010). El director manchego sigue teniendo el poder de llevarme al cine a ver sus películas, a no perderme una sola. No importa lo predecible que pueda ser el casting de sus actores, que sus “chicas almódovar” siempre estén presentes, ahí estaré para dejar que mi pupila se deleite con el explosivo colorido de su diseño de producción y que mis oídos se dejen acariciar con la música de su eterno colaborador, Alberto Iglesias. Es más, un par de excusas por las cuales vale la pena ver La piel que habito, es Antonio Banderas, antiguo colaborador del director manchego en filmes como Matador, La Ley del deseo, Mujeres al borde de un ataque de nervios y Átame, quien vuelve a ponerse a sus órdenes frente a las cámaras luego de 20 años. Además, una nueva “chica almodóvar” se agrega a la lista, Elena Anaya, en una actuación demandante y notable, casi todo el tiempo vestida en trajes ajustados color carne.

Escrita en colaboración con su hermano, Agustín Almodóvar, basada en la novela “Tarántula” de Thierry Jonquet, el guión fue uno de los mayores problemas de la película. No me creí el enfermizo relato transexual, cargado del erotismo típico de Almodóvar, obsesiones y venganzas. Pedro sigue tomando como fuente de inspiración géneros clásicos de Hollywood, ahora en películas de horror serie B, con todo y científico loco incluido. Antonio Banderas es Robert Ledgard, un prestigiado cirujano plástico, que se percibe muy cercano a una especie de Doctor Frankenstein,  o al doctor loco interpretado por Bela Lugosi en “The Body Snatcher”. Uno de los atractivos del filme, además del -como siempre- buen diseño de arte (sinceramente no tan bueno como en anteriores películas), es la engañosa narrativa. Al principio, Almodóvar nos va contando la historia de Robert y el cautiverio en el que mantiene a una bella chica, de nombre Vera Cruz (buen nombre, peculiarmente gracioso si vives en México). Empezamos en Toledo, año 2012. Lo que sabemos, es que Robert se encuentra realizando experimentos en Vera, en lo que pueden ser injertos de piel creada artificialmente, más resistente y fuerte que la piel humana. La piel es capaz de soportar incluso altas temperaturas. A los ojos de la comunidad científica, puede ser polémico e ilegal, por el simple hecho de estar experimentando en un humano.

El detonante de la historia, es la llegada a la residencia de Robert del hijo de su ama de llaves (Marisa Paredes, quién mejor que ella), brasileño, disfrazado de tigre y buscando un escondite. Todo se complicará a un grado inimaginable, lo que conducirá a varios flashbacks para contarnos los antecedentes. ¿Cómo llegó Vera a la casa de Robert? ¿Quién es realmente la chica? ¿Por qué Robert experimenta con ella? Robert, como el protagonista de “Vertigo”, parece estar construyendo una mujer a imagen y semejanza de un ser de su pasado. También será una suerte de mirón, constantemente vigilando a Vera a través de cámaras, encarnando el clásico tema del vouyerismo en las películas de Almodóvar.

El problema, es que la historia acaba siendo un “culebrón” (vamos, una historia más telenovelera que otra cosa), fantasioso e inverosímil. Me creí más el personaje transexual de “Transamerica”, interpretado por Felicity Huffman, que el de “La piel que habito”, que debe ser el trabajo de cirugía plástica  más perfecto del mundo y llevado a cabo en un quirófano doméstico. Los diálogos a ratos parecen, igualmente, de telenovela de la tarde (o de radionovela o novela de bolsillo barata, da lo mismo) y buena parte del filme Marisa Paredes luce sobreactuada. La resolución es de esos finales en puntos suspensivos, que más bien me dejó con la idea de que a Pedro, justo aquí, se le acabó el combustible. 

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