martes, 6 de mayo de 2008

EL HOLLYWOOD DE AYER: ALL THAT HEAVEN ALLOWS * * * *


El realizador Douglas Sirk ha pasado a la historia como gran artífice de melodramas románticos en Hollywood. El más famoso de ellos, con toda seguridad, es All That Heaven Allows (E.U., 1955), un relato que por debajo de su colorida fotografía en Technicolor, gran manufactura visual y clásica banda sonora, llevaba un fuerte subtexto sobre los prejuicios y la discriminación sociales.

No resulta exagerado afirmar que una de las fuentes principales de inspiración del trabajo de Sirk, a partir de una historia escrita por Edna y Harry Lee, es la obra de Jane Austin y sus capciosos análisis sobre el comportamiento social y de clase. Incluso, Todd Haynes hizo una especie de remake en Far from Heaven (2002), magistral ejercicio de estilo que emulaba precisamente la visión romántica de Sirk, la fotografía en Technicolor, la música, las actuaciones, e incluso, el tipo de créditos iniciales. La única variante, era que Haynes introducía un subtexto racial y homosexual en su relato, como crítica hacia los prejuicios, intolerancia e ignorancia que persistían durante la conservadora década de los 1950.

La historia era muy sencilla en su forma: una viuda de clase acomodada, Cary (la recientemente fallecida Jane Wyman), con dos hijos jóvenes, encuentra la posibilidad de rehacer su vida al enamorarse de un humilde pero apuesto jardinero, Ron (Rock Hudson). Sin embargo, Cary tiene otro pretendiente de su mismo círculo social, y los problemas vendrán cuando sus amigos sepan sobre la relación que lleva con Ron. Para colmo, los chantajes sentimentales de sus hijos no se dejarán esperar.

Sirk era un detallista sin medida. All that Heaven Allows (como muchos otros de sus filmes), estaba cuidada en toda su producción, desde una magnífica fotografía de Russell Metty, hasta el diseño de producción de Alexander Golitzen. Por ejemplo, el cambio de estaciones indicaba el avance de la narración y reflejaba el estado de ánimo de Cary: la soleada y colorida primavera durante su enamoramiento, el otoño para su crisis familiar y social, hasta llegar al nevado invierno, cuando la presión de todos es tal que amenaza con finalizar el romance entre Cary y el mucho más joven Ron.

A pesar de la sencillez del relato, la narración de Sirk imprimía emoción y suspenso a la historia, en esa notable secuencia del accidente final, montada de manera eficaz y que basaba su intriga en la manera de distanciar a los personajes. Por supuesto, la voz de la razón venía del personaje del médico, quien en una escena clave hacia ver a Cary que no importaba lo que dijeran los demás, o lo conflictivo de su entorno familiar-social, la respuesta para su felicidad la tenía ella misma.

El escenario de la resolución era idílico, romántico, ensoñador, como instalado en otro mundo, uno en donde Cary y Ron puedan encontrar su añorada felicidad.

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