miércoles, 10 de abril de 2019

BEAUTIFUL BOY

Timothée Chalamet y Steve Carrell.
Desde la primera escena de Beautiful Boy, empezamos a sentir el peso del drama que estamos a punto de ver. Steve Carell, interpretando a un desesperado padre, sentado frente a un escritorio (y frente a nosotros), narrando, con rostro apesadumbrado, mirada cansada, y casi derrotado, a la persona del otro lado (de hecho, más adelante sabemos que se trata de Timothy Hutton, en un pequeño papel) que su hijo es adicto a las drogas. Necesita ayuda y orientación, ya que no sabe qué hacer. Es justo ahí cuando nos damos cuenta de la calidad de un actor como Carell, quien lo mismo sabe desenvolverse en el género de la comedia, como en el drama. ¿Ejemplos? Varios: FoxCatcher, o, más recientemente, Vice.
Beautiful Boy (de hecho, el título está tomado de la famosa canción que John Lennon dedicó a su hijo Sean), dirigida por el belga Felix Von Groeningen, y basada en las memorias de David y Nic Sheff, padre e hijo respectivamente, demanda atención del espectador. No es la clásica historia del adolescente auto destructivo, atrapado en una terrible adicción a las drogas. No sigue una narración precisamente lineal, sino fragmentada. Hay muchos flash-backs, y saltos arbitrarios en el tiempo, para contar una historia sumamente conmovedora y emocionalmente demoledora a la vez, la cual, más que tratar sobre el problema de las adicciones, es sobre el profundo amor de un padre hacía su hijo, y sobre ese lazo indestructible que se forma entre ambos y que jamás se rompe.
En ningún momento la intención del realizador es sermonear, o hacer un relato aleccionador, por más que veamos a Nic, el joven hijo, interpretado maravillosamente por Timothée Chalamet (de esos jóvenes actores que no se dan en los árboles, y que se notan dedicados a encauzar sus carreras por caminos serios, lejos del mainstream hollywoodense), tropezar con la misma piedra una y otra vez, experimentar con toda clase de drogas, jugar con la muerte, y llegar al límite al consumir metanfetaminas.
En todo el ir y venir a través del tiempo, en el que vemos a David, un periodista independiente, recordar varias etapas de la niñez de Nic, justo en los momentos más tensos del filme, de discusiones explosivas, del estira y afloja en su relación, mientras trata de llevar su nueva vida junto a su segunda esposa (Maura Tierney) y dos hijos pequeños, uno se pregunta ¿en qué punto todo empezó a ir mal para Nic? Con su talento, y gusto para dibujar y escribir. ¿Hubo malas amistades de por medio? ¿Fue David muy relajado con él, ignoró señales? Sólo sabemos que todo empezó con cigarros de mariguana, y de ahí todo se descarriló para Nic. No hay mucha explicación de por medio al respecto.
Sin embargo, lo impresionante es ver, en un momento de la historia, lo que es capaz de hacer David con tal de ayudar a su hijo y tratar de entenderlo, como investigar profundamente sobre las drogas que Nic consume, o el hecho de él mismo consumir las drogas para tratar de meterse en la piel del chico. Groeningen consigue involucrarnos en este tour de force de dos grandes actuaciones, de ponernos en medio; de hacernos sentir la desesperación e impotencia del padre, así como la confusión e inestabilidad del hijo. Al final, el mensaje (porque siempre hay moraleja en este tipo de historias) es no tanto "las drogas te matan", sino "un padre siempre estará ahí para un hijo, en las buenas y en las malas". 
⭐️⭐️⭐️⭐️

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