miércoles, 24 de octubre de 2012

BALLS OF FURY * 1/2

LA FURIA DE WALK-FENG.
Christopher Walken viendo la edición final de "Balls of Fury".

Hay una cosa, tan sólo una, por la que vale la pena -es un decir- ver esta película: Si se es fan de Christopher Walken, y se quiere ver, con curiosidad puramente científica, una más de sus creaciones.  El actor de ojos saltones y cabello electrificado, encarna a un mafioso llamado Feng, un psicópata aficionado al ping pong vestido estrafalariamente de chino. Fuera de eso, Balls of Fury (2007), es una total estupidez en celuloide; un burdo intento de comedia chatarra que puede llegar a ser indigesta si se paga por verla. Quizás estoy siendo implacable y destructivo. Hubo contados momentos en que, involuntariamente, sonreí. Me tomó fuera de guardia con algunos gags y cierto humor slapstick. Si fuera productor, la fórmula me haría dudar sobre su efectividad: el maestro y el aprendiz de películas de artes marciales, aplicado al ping pong. O como dirían los especialistas, el "tenis de mesa."

La película no es más que ver pelotas generadas digitalmente rebotar de un lado a otro, y personajes que nada más fingen estar jugando. Nada es auténtico aquí. El protagonista es un total desconocido, Dan Fogler (¿Habrá salido de Saturday Night Live?), quien interpreta a un personaje con un despistante nombre como de piloto de autos, Randy Daytona. El tipo es un prodigio del ping pong, con traumas  infantiles causados por los que hubieran sido sus antagonistas. El guión es tan desastrozo, que aparecen y desaparecen antagonistas a discreción. Un detestable jugador alemán (Thomas Lennon) humilla a   Daytona siendo un niño, durante un torneo frente a miles de espectadores. Su otro trauma es la muerte de su padre (Robert Patrick), a manos de una mafia de chinos. En fin, el caso es que todo esto provoca que la gran carrera de Daytona acabe truncada, ofreciendo espectáculos baratos en centros nocturnos. 

Daytona parece haber tomado clases de ping pong con Forrest Gump. De adulto, nuestro amigo acaba siendo adoptado como aprendiz por un maestro chino del ping pong (James Hong, como mandado a hacer para estos personajes). La broma, es que a pesar de su maestría, dicho maestro es ciego. El hombre será motivo de mil y un gags debido a su impedimento físico. No lo niego, son culposamente graciosos. Pero en esta bodriezca película, este humor negro parece pertenecer siempre a otra película,  una mucho mejor. Uno pensaría "¿De qué me río si la película está fatal?" El atractivo visual es Maggie Q, una fenómeno del ping pong e interés amoroso de Daytona (sólo Dios sabe por qué se enamora de él). En tanto, George López acompleta el reparto, interpretando a un frustrado agente del FBI, riéndose de sí mismo con bromas raciales y poca cosa más. La gran pregunta al final: ¿Qué demonios hace Christopher Walken en esta película? Pagando la renta, sin duda alguna.   

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