martes, 27 de septiembre de 2011

THE KING'S SPEECH * * * *


Colin Firth


Un elemento constante en The King’s Speech (2010) es el micrófono. Y cada vez que Albert “Bertie”, Duque de York (Colin Firth, indiscutible ganador del Oscar a Mejor Actor este año), ve uno o se pone frente a él, entra en un estado de pánico incontenible. No es el pánico escénico común y corriente, sino un estado de ansiedad tremendo, debido al impedimento que sufre: el tartamudeo. Es un estado incapacitante para Albert quien, siendo hijo del rey Jorge V (Michael Gambon, en una pequeña participación), o sea una figura pública, está completamente expuesto a la crítica y a toda clase de burlas. Como en la escena que abre el filme, justo cuando Albert tiene que dar un discurso en un hipódromo de Wembley, a ser transmitido durante la clausura de un evento.

No es extraño que la película de Tom Hooper, realizador con una sensibilidad especial para melodramas de época (como lo mostró en la teleserie “John Adams), haya también ganado el Oscar a Mejor Director y Mejor Película. Es una feel good movie en toda la extensión de la palabra, sobre la lucha que tiene que llevar un hombre para superar una desesperante incapacidad que tiene para hablar. No es cualquier hombre, sino un presumido hombre de la nobleza británica, que tiene que mostrar su lado más vulnerable y humano para curar su tartamudeo.

La historia cubre desde 1925 hasta 1939, cuando Inglaterra entra en guerra con Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Albert se convierte en el rey Jorge VI, luego de que su hermano abdique para casarse con una mujer divorciada. Antes de todo eso, Albert acude a un terapista del lenguaje, aconsejado por su esposa Elizabeth (Helena  Bonham Carter, genial), para iniciar lo que será la prueba más dura de su vida. El terapista es Lionel Lough (Geoffrey Rush, impecable como siempre), un paciente australiano radicado en Inglaterra, actor aficionado que admira a Shakespeare y con extravagantes métodos. Lionel bajará a Albert de su pedestal de sangre azul y le impondrá sus propias reglas. La terapia no se limitará a ejercicios físicos de respiración, movimientos corporales, enunciación de palabras, etc., sino incluirá una terapia psicológica, que lleva a Albert a encontrar los orígenes de su tartamudeo. Ya que, según Lionel, nadie nace siendo tartamudo.

La actuación de Colin Firth es un prodigio, un verdadero ejercicio histriónico. Duele y, al mismo tiempo, conmueve verlo en pantalla. Albert es explosivo a veces, con arranques de desesperación, pero la mayor parte del tiempo es  vulnerable. Es intenso como personaje cuando no está tartamudeando; cuando parece olvidar su padecimiento. Además de cantar lo que habla, uno de los ejercicios es decir palabrotas, o más bien gritarlas. Es gracioso ver los milagros que las malas palabras pueden obrar en este padecimiento, y entre más fuertes mejor.

La película está llena de instantes agradablemente humorísticos, como las terapias. O también cuando Elizabeth llega por primera vez al consultorio de Lionel, y este no sabe con quién está tratando. De hecho, el corazón de la película es la gran química entre Geoffrey Rush y Colin Firth. No es difícil adivinar, desde el principio, que tanto Albert como Lionel acabarán siendo grandes amigos. Lo fueron hasta el final de sus vidas, con muy poco tiempo de diferencia entre una muerte y otra: Albert falleció en 1952, y Lionel en 1953. La historia está llena de momentos tensos entre ellos, y en su amistad hay una línea muy frágil, una social, que tiene que ver con las diferencias entre un noble y una simple plebeyo. Es una perfecta combinación, una muy cinematográfica y atractiva, con mucho de dónde explotar.

La nominación al Oscar a Mejor Fotografía para Danny Cohen es merecida. Esto la pone por encima de cualquier biopic televisivo, gracias a su atractivo visual, pleno de encuadres arriesgados y composiciones intrigantes. Su banda sonora es interesante. Hooper elige a Mozart para las escenas de la terapia, y a Beethoven (la sinfonía número 7) para el momento más importante: cuando Albert tiene que decir su primer discurso de guerra para el pueblo. Es de los momentos más sublimes y logrados, mientras vemos a Lionel dirigiendo a Albert, como si dirigiera una orquesta. 

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