jueves, 5 de junio de 2008

CINE ANIMADO: TOKYO GODFATHERS * * * *


El realizador Satoshi Kon es un especialista en historias urbanas, nocturnas y, en ocasiones, con un tono de thriller, como lo demostró en Perfect Blue (1998). En Tokyo Godfathers (Japón, 2003), su tercer largometraje, Satoshi Kon sigue demostrando esa gran capacidad para recrear ambientes urbanos, con una precisión admirables. Cada detalle visual es importante para este realizador, de los más importantes representantes del animé actual, junto a Hayao Miyazaki (El Viaje de Shihiro, Howl’s Moving Castle) o Katsuhiro Otomo (las magníficas Akira y Steam Boy), con una inquietud incluso por el realismo casi fotográfico en sus escenarios.

Kon toma prestada la premisa argumental de 3 Godfathers, western dirigido por John Ford en 1948, ubicándola en Tokio durante la víspera de Año Nuevo. Un trío de vagabundos, formado por una chica, Miyuki (voz de Aya Okamoto); Hana (voz de Yoshiaki Umegaki), un homosexual con un sentimiento materno reprimido, y Gin (voz de Toru Emori), un alcohólico violento, unidos a pesar de sus conflictos y peleas, que verán sus callejeras vidas alteradas cuando se encuentren una bebé, abandonada en un montón de basura.

Como será de esperarse, el bebé será el pretexto para que cada uno reflexione sobre su pasado y saquen a la luz sus traumas existenciales: Miyuki es una chica que escapó de su hogar al apuñalar a su padre; Hana se refugió en la calle al no poder lidiar con el rechazo de los demás por su homosexualidad y la muerte de su pareja, mientras que Gin -el más complejo de todos- será un misterio, una caja hermética que nos irá revelando una serie de sorpresas a lo largo del filme. El ecléctico grupo iniciará una aventura por las calles y rincones nevados de Tokio, decididos a encontrar a los padres de la bebé.

No hay duda que Kon es un gran narrador. Su película es un hábil y atractivo entramado de tramas y subtramas, en la forma de un melodrama poblado de personajes atormentados y torturados, lejos del “encanto” navideño en el que se ambienta la historia. Hay humor irónico y bromista (ese “ángel” que mira un golpeado Gin en el suelo), así como una lograda mezcla de géneros, con un poco de film-noir, comedia, acción trepidante (esa persecución en autos por calles y avenidas), un poco de melodramón telenovelero, hasta un gradual suspenso, que descubre una Tokio que parece pertenecer a un mundo surreal y fantástico, el de los marginados sociales, indigentes, gángsters y chicos violentos.

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