martes, 7 de noviembre de 2017

COCO * * * * *


Miguel y su perro Dante.
Si hay algo verdaderamente magistral en Coco, es que, con todo y su impresionante manufactura visual, donde los artífices de la Pixar reprodujeron con fidelidad y maestría el folklor, la estética, la magia festiva, y el explosivo colorido de la famosa celebración del "Día de Muertos" en México, tenemos una historia que nos atrapa y engancha. El humor y espiritualidad de aquella fiesta están reflejados en el filme, con esa estudiada precisión que caracteriza a la Pixar. Es una de sus mejores películas, y de las mejores del año también. Tal vez su idea no es completamente original. Hemos viajado al "Mundo de los Muertos" muchas veces antes, por ejemplo, en el corto animado mexicano Calacán, así como en Corpse Bride, y más recientemente, en The Book of Life (esta última, también ambientada en México). La historia contada en Coco es fantástica, con un mensaje sensible e interesante: la importancia de mantener la memoria de los seres amados que ya no están entre nosotros. Ah, claro, hay otro, más dentro de la tradición Disney-Pixar, que tiene que ver directamente con nuestro protagonista, Miguel (Anthony González): luchar por tus sueños y alcanzarlos. 
Miguel es un niño amante de la música, y fiel admirador de Ernesto de la Cruz (Benjamin Bratt), un actor y cantante (una mezcla entre Pedro Infante y Jorge Negrete, quienes por cierto tienen un cameo, incluyendo el Santo y Frida Kahlo) que murió en trágicas circunstancias en 1942. El sueño de Miguel es convertirse en músico algún día, para seguir los pasos de su admirado Ernesto. Sin embargo, no lo tendrá tan fácil. Su familia, especialmente su abuela, odian con pasión la música, debido a que en el pasado el tatarabuelo de Miguel abandonó a su esposa e hija, esta última su ahora bisabuela, Coco, para perseguir una carrera musical. Los problemas de Miguel comienzan cuando, tratando de encontrar una guitarra para participar en un concurso de talentos, acabará (junto a su perro xoloitzcuintle, Dante) en el mundo de los muertos. Ahí, no nada más se encontrará a sus parientes fallecidos (quienes, para colmo, tampoco lo apoyarán mucho en ser un músico), sino a Héctor (Gael García Bernal), un extraño personaje que hará un trato con el chico: si este último promete regresar al mundo de los vivos y poner el retrato de Héctor en un altar de muertos (algo importante si un fallecido quiere viajar al mundo de los vivos y disfrutar de las ofrendas), Héctor le ayudará a encontrar a Ernesto de la Cruz. 
Aquí, el mundo de los muertos es un lugar en el que acabamos sumergidos. Es un universo espectacular, divertido, y surreal; una festiva explosión de color naranja (por obvias razones), y con un concepto retro. Los realizadores (el filme está dirigido por Adrian Molina y Lee Unkrich) lo mismo tomaron como referencia el México de los años 1920, como el de los 1930 y 1950. Todo este mundo está poblado de calaveras, maquilladas y grabadas en los rostros (Posadas se hubiera regocijado de verlo), así como de alebrijes, que aquí funcionan como guías espirituales de los difuntos. Lo genial del asunto, es que si bien acabamos inundados en este tsunami de pirotécnica visual, lleno de color, fluorescencia, foto realismo, y muchas flores de cempazúchitl, nunca acabamos distraídos de lo verdaderamente importante, de una historia narrada con fuerza; interesante, divertida, emotiva, y que nunca deja de sorprendernos secuencia tras secuencia.

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