HOTEL DE MÁS DE CINCO ESTRELLAS. Tony Revolory, Tilda Swinton y Ralph Fiennes. |
Hay además una especie de excentricidad en los cambios drásticos en el formato de su fotografía. De un formato panorámico, justo en la narración que comienza en 1985, con Tom Wilkinson dándonos una somera introducción de lo que estamos por ver, el formato se amplia más cuando nos transportamos a los años 1960s. El cansado gerente del casi abandonado y silencioso hotel del título, se sienta frente a un escritor y huésped del hotel (Jude Law) a contarle melancólicamente la historia de cómo llegó a ocupar dicho puesto. De ahí, el formato se reduce drásticamente, cuando vemos el Grand Budapest durante su esplendor a principios de los años 1930.
La historia se ubica en un país ficticio, la república de Zubrowka. El microuniverso en el que se encuentran instalados los personajes -o se mueven cercanamente- es el Grand Budapest Hotel, uno de esos hoteles que parecen existir nada más en la mente de escritores y guionistas de la época de Oro de Hollywood. Lugares palaciegos, dónde el servicio no estaba peleado con la sofisticación, clase y glamour. Dichos calificativos describen a Gustave H., el gerente del hotel, interpretado impecable, magistral e impresionantemente por un Ralph Fiennes. Y digo impresionante, porque este fue su trabajo después de haber dirigido e interpretado a Dickens en The Invisible Woman. ¿De dónde sacó la energía y el tiempo para preparar el personaje después de aquel proyecto?
Fiennes está genial, es un monstruo. Su actuación es sostenida, sin notas falsas, moviéndose sin problemas en una historia que pasa, casi imperceptiblemente, de ser un relato whoddunit a una caper movie, con una envoltura de comedia finamente tramada. Hay suspenso y romance. Gustave tiene su lado obscuro por su larga historia de romances con huéspedes ancianas ("Les procuro un poco de amor y compañía nada más", según afirma). Su último affair (una Twilda Swinton casi irreconocible), una millonaria octogenaria, ha aparecido muerta en su residencia. Gustave tiene en Zero Boy (Tony Revolory), el eficiente bellboy del hotel, algo cercano a un sidekick, a quien convierte en su protegido y especie de aprendiz.
Décadas después, Zero Boy, acaba convertido en Moustafa (F. Murray Abraham), quien nos cuenta su historia junto a Gustave, así como su romance con una chica pastelera (Saoirse Ronan), quien extrañamente lleva en la mejilla una marca de nacimiento con la forma de México. Cuando corra la noticia de la muerte de la anciana millonaria, el hijo heredero (Adrian Brody) culpará a Gustave de asesinato, arrancando así una serie de aventuras para el gerente en su intento por demostrar su inocencia.
Es obvio que Anderson, entre toda su celebración al artificio y a la comedia silente (esas maquetas que abren el filme y nos ubican, yendo por un teleférico hasta la localización del hotel entre las montañas, recuerdan efectos especiales primitivos del cine silente, así como otras rutinas cómicas, tanto visuales como físicas del cine de los 1920s), quiso hacer su homenaje particular a Hitchcock. Hay viajes e intrigas en el vagón de un tren, un macguffin en la forma de una pintura titulada "Niño con manzana", y todo el suspenso maquinado de una forma exquisita, delirante y maravillosa.
También basta con ver el elenco para adivinar cuándo estamos ante una película de Anderson. A la "lista de invitados", además de Adrian Brody, se agregan Bill Murray, Jason Schwartzman, Owen Wilson y Edward Norton. No hay duda que, por mucho, estamos ante el mejor filme de Anderson a la fecha.
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