¿Qué tal si hubiera sido este hombre el verdadero autor de las tragedias de Shakespeare? |
Anonymous
puede incluirse en el género “what if…” (qué tal si…), películas que, si bien
están basadas en hechos históricos reales, dan un giro de 360 grados a ciertos
eventos. Plantean –y juegan con- teorías sobre el curso que hubiera podido tomar
la historia escrita en los libros, si algún suceso hubiera tomado otro curso.
Un ejemplo, “Inglourious Basterds”, de Tarantino. En Anonymous, la tesis que se
plantea es interesante: ¿Qué tal si William Shakespeare no fuera el autor de
las obras teatrales que lo han hecho un personaje inmortal de la literatura, no
nada más inglesa, sino universal? No es una teoría nueva. Ya varios estudiosos
del dramaturgo de la época isabelina se lo han planteado, aunque nada se ha
concluido al respecto. Incluso, muchos se han dado a la tarea de probar que
Shakespeare era homosexual.
La
película es sorprendente, especialmente porque está dirigida por el más
improbable de todos los realizadores para una película “de época” de este tipo,
con el tema de la literatura y el teatro. Roland Emmerich (si, el que dirigió
Independence Day, The Day After Tomorrow, Godzilla y la odiada, que no he visto
aún, 2012), logra una excepcional película ambientada en la corte de la reina
Isabel I (magistralmente interpretada por Vanessa Redgrave en sus últimos años,
y por Joely Richardson, su hija en la vida real, en su juventud), con una
ambientación que superó todas mis expectativas. La producción combina un diseño
de arte al nivel de una película “de arte”, con una recreación digital soberbia
y de nivel hollywoodense del Londres de finales del siglo XVI. La tecnología
que en su momento “reconstruyó” el Coliseo romano en “Gladiator” hace poco más de 10 años, aquí consigue una
ambiciosa reconstrucción de sitios clave de Londres, como la Torre, la abadía
de Westminster y el legendario Globe Theatre, en donde Shakespeare representó
casi la totalidad de sus obras.
La
teoría de Anonymous, es que Shakespeare (Rafe Spall, hijo de Timothy Spall) no
fue más que un ignorante, oportunista y vulgar actor de teatro. Shakespeare aprovechó la propuesta de un joven
dramaturgo, Ben Johnson (Sebastian Armesto) para usar su nombre en las obras
teatrales escritas por un noble intelectual, Edward, Earl de Oxford (Rhys
Ifans). ¿La causa? Las obras eran controversiales, por lo que Edward necesitó
usar un pseudónimo. Sir Derek Jacobi, actor shakespeareano, hace una pequeña
participación, dándonos una introducción desde un escenario teatral sobre esta
teoría. “Shakespeare nunca escribió una sola palabra en su vida”. ¿Por qué habría
de ser de otra forma? Shakespeare no era más que un hombre iletrado nacido en
un pueblito de provincia.
No llamaría
un punto débil en la película el hecho de que su narración sea de una
complejidad casi enredosa, al menos, para cualquiera que esté distraído. La
estrategia es el flashback dentro del flashback. En el primero, Johnson recuerda,
mientras es interrogado brutalmente por Robert Cecil (Edward Hogg), cómo inició
todo el plan urdido por Edward, en donde se ilustra luego el éxito que sus
obras (Enrique V, Julio César, Romeo y Julieta, Ricardo III, etc.) tuvieron bajo
el nombre de “William Shakespeare”. Más tarde, eso nos lleva a un flashback
más, en el que se narra la adolescencia de Edward (Jamie Campbell Bower) como
un atormentado chico genio, de espíritu renacentista, poliglota y aficionado a
la poesía.
No soy
un experto. No sé qué tanto sea real e inventado históricamente hablando, pero
otra de las bases que sostiene la teoría, es que muchos personajes y
situaciones planteadas en las obras teatrales están basados en personas y
vivencias de Edward, durante su estancia en la corte de la reina. Por ejemplo,
el jorobado Enrique III pudo haber estado basado en el jorobado y obscuro
Robert Cecil, y el asesinato de Polonio en “Hamlet” puede estar basado en un
asesinato llevado a cabo por el mismo Edward. El mismo Edward parece un Hamlet
en su etapa juvenil.
He
escuchado quejas sobre la compleja narración. Podría haberse resuelto poniendo el
año durante cada cambio abrupto entre una época y otra. Aficionados a devorar
cine religiosamente, no tendrán problemas en seguir la historia. Aquellos que
gustan de ver cine ocasionalmente, cada fin de semana, tal vez sí. Una segunda
revisión del filme lo resolvería. Por fortuna, no acabé perdido en la narración.
Aún así, encontré el filme tan fascinante, intrigante y bellamente fotografiado
(de nuevo tenemos el antiguo uso de las velas como principal fuente de
iluminación, estilo “Barry Lyndon”), que, como aficionado a Shakespeare (y a
Joely Richardson) que soy, lo veré por segunda vez.
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