lunes, 2 de junio de 2008

CINESPAÑA: LA VIDA QUE TE ESPERA * * * 1/2

Una serie de verdosos, bellos y bucólicos paisajes de la campiña cantábrica, abren el más reciente filme de Manuel Gutiérrez Aragón, La Vida que te Espera (España, 2004), un drama rural de tintes lorquianos en el que, precisamente, el campo es un protagonista más. El centro dramático de la película, es una rencilla entre familias a causa de territorios, propiedades y.... vacas lecheras.

Las tradiciones de los pasiegos, etnia de ganaderos, representado por un par de ancianos amargados, Gildo (Juan Diego) y Severo (Celso Bugallo), dedicados en cuerpo y alma a trabajar sus granjas, entra en conflicto con la juventud rebelde: las dos hijas de Gildo, Val (Marta Etura) y Genia. (Clara Lago), así como Rai (Luis Tosar), hijo de Severo, un peluquero que trabaja en la ciudad, quienes querrán romper con el orden establecido en la retrógrada y cerrada mentalidad pasiega.

La tragedia vendrá cuando, a causa de una vaquilla que invade el territorio de Severo, su tensa relación “amistosa” con Gildo provoque una pelea en la que el primero acaba muerto, luego de que este encerrara y amagara -como vaca- a Val. Lo que realmente pasó ahí, será un secreto entre Gildo y Val.

“Las palabras las borra el silencio”, dirá Gildo a su hija, cuando estos hagan fila en el cementerio para dar sus condolencias a Rai. La situación se tornará más difícil y delicada, cuando este y Val empiecen una relación, pesando sobre ella la carga del secreto sobre la muerte de Severo.

Aragón ofrece un melodrama romántico-costumbrista realizado con solvencia, aprovechando el buen ojo del cinefotógrafo Gonzalo Berridi para darle a la cinta un acabado visual frío, gris; además de incluir escenarios montañosos que encierran más a los personajes. Es mucho lo que Gildo esconde del pasado, un personaje que, a manos de la fuerte personalidad en pantalla de Juan Diego, da como resultado un personaje complejo, contradictorio, detestable, duro... hasta esa vuelta de tuerca final, que nos revelará un lado de él que jamás hubiéramos imaginado.

A pesar de ciertos detalles cómicos (esa vaca que da leche al escuchar su música favorita), Gutiérrez Aragón ofrece un relato amargo y perturbador en muchos momentos, de impulsos incestuosos, de odio oculto entre hijos y padres, de huir de ellos y de su encierro en tradiciones antiguas. Pero el final es optimista, un ajuste de cuentas con el pasado... hacia un obscuro e incierto futuro, como ese túnel en el que entran Val y Rai.

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