martes, 3 de junio de 2008

CINESPAÑA: 800 BALAS * * * 1/2

El sexto largometraje del inclasificable y políticamente incorrecto bilbaíno Alex de la Iglesia, no es nada más un homenaje paródico a un género cinematográfico, el spaguetti western, sino a todo un escenario geográfico que vio nacer muchas obras emblemáticas: el desierto de Almeria, España. Un viejo “pueblo” del “Lejano Oeste”, es la atracción principal de turistas alemanes y japoneses, que parecen llegar ahí por equivocación.

Estamos lejos del mejor filme de Alex de la Iglesia. Sin embargo, sigue esa capacidad para burlarse de todos y todo. El relato narra la vida de un grupo de viejos “dobles” (stuntmen, en lenguaje técnico), que alguna vez hicieron carrera en las producciones norteamericanas filmadas en Almeria, como los spaguetti westerns de Sergio Leone, encabezados por el vulgar, alcohólico y agresivo Julián (estupendo Sancho Gracia), un avejentado doble que presume haber sido gran amigo de Clint Eastwood y haber “doblado” a George C. Scott en Patton (Schaffner, 1970).

El relato, a pesar de tener una agresiva comicidad, es un homenaje nostálgico a un género que parece haber quedado en el pasado. Aunque para Julián, el spaguetti western todavía sigue ahí presente y se niega a morir. La historia, narrada con una que otra dificultad, cuenta cómo un niño, Carlos (Luis Castro), desea saber más sobre su fallecido padre, a pesar de las rotundas negativas de su madre (Carmen Maura), centrada en su trabajo.

Luego de una atractiva secuencia de créditos, que lo mismo es capaz de sacar referencias a The Good, The Bad and The Ugly (Leone/1966), como de los filmes de Sergio Corbucci (Django/1966), o Damiano Damiani, nos enteramos, desde el inicio, que el padre de Carlos murió accidentalmente durante la filmación de una escena peligrosa: una persecución en diligencia digna de John Ford. Por ello, Carlos viajará hasta la desértica zona para encontrarse con Julián, su abuelo, quien lleva encima un sentimiento de culpa por la tragedia de su hijo, y así descubrir un mundo cinematográfico oculto: el de los dobles, las caídas y los golpes falsos.

Luego de una primera mitad notable, llena de gracia, irreverencia y el humor ácido que caracteriza a De la Iglesia, al final la película, llena de bromas referenciales (esa pelea de Julián con tres tipos en el bar), se torna caótica. El asunto se le va de las manos al realizador, al querer aglomerar las referencias genéricas al western y, de paso, a películas bélicas, que se siente de más luego de ver esa buena persecución y duelo finales.

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