John Turturro y John Goodman. |
El relato, escrito por ambos hermanos, es una mirada crítica a Hollywood y los grandes estudios en su Época Dorada, con su capacidad para destruir talentos recurriendo a fórmulas desgastadas, con tal de mantener el negocio a flote. Barton Fink (John Turturro en una de sus mejores actuaciones), es un exitoso dramaturgo especialista en la comedia social, cuya última obra ha cosechado buenas críticas y elogios. El años es 1941 y gracias a su fama a Barton le ha caído un encargo peculiar, la escritura de un guión para un filme serie B sobre lucha libre, próximo a rodarse, para lo cual deberá mudarse de Nueva York a Hollywood.
Su encierro en el cuarto de un hotel de segunda, será el inicio de su descenso al infierno, cuando luego de entrevistarse con el gordazo ejecutivo de la productora, quien lo tomará por un gran genio, se quede en blanco frente a su maquina de escribir, sin saber cómo empezar. Sin embargo, cosas extrañas empezarán a suceder dentro de la habitación, por ejemplo, el papel tapiz empezará a desprenderse, con todo y su viscoso pegamento. El tímido y temeroso escritor entablará amistad con su vecino, Charlie Meadows (estupendo John Goodman, actor fetiche de los Coen), accesible, platicador y simpático, pero que padece una extraña enfermedad que le provoca expulsar líquido por uno de sus oídos.
Dirigida por Joel Coen (colaborando Ethan), Barton Fink es el relato de autodescubrimiento y madurez de un hombre que chocará con el feroz sistema de las majors hollywoodenses. La especialidad de Barton en sus obras, según él, es plasmar “al hombre común y sus problemas”, pero deberá pasar antes por una serie de pruebas para superar sus miedos, sus prejuicios, sus temores infantiles e inmaduros, como los sexuales, por ejemplo, cuando en cierta escena deje ver su temor a la intimidad sexual.
El cuadro de una mujer sentada en una playa y viendo hacia el horizonte, que Barton tiene enfrente de su mesa, es una de tantas claves misteriosas que esconde el filme, y no será sino hasta el liberador final escapista cuando se nos revele algo de su misterio. Mientras, somos testigos de la amistad que se va construyendo entre Barton y Charlie, en quién se inspirará para acabar su guión, un encargo que al final estará por debajo de su nivel. Barton se verá en el dilema de venderse al sistema de las comerciales películas serie B, o defender sus inquietudes artísticas e intelectuales. Tal vez el sistema sea demasiado para Barton, o él sea demasiado para el sistema.
“¡La vida de la mente!”, gritará eufórico el gigantesco Charlie (en realidad, un asesino serial buscado por la policia), corriendo por el pasillo del hotel incendiándose, frase que revela ciertas referencias a sectas judaicas (esa biblia guardada en el cajón) en una de las escenas de antología del filme, o ese genial plano secuencia de las tuberías del baño, segundos antes de que Barton se despierte con una sorpresa desagradable en la cama, entre otros detalles magistrales, construyen una película fascinante e intrigante sobre el arte y el poder, la obra maestra de los Coen. ¿Qué esconde Barton en esa caja que lleva al final de la cinta? Es uno de los misterios que los Coen nos dejan a la imaginación.
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