MODELOS A SEGUIR. Paul Rudd ya puede imaginar lo que le espera. |
Paul Rudd y Sean William Scott, a primera vista, son la más improbable pareja de amigos. El primero, con pinta de buena gente, cierta vulnerabilidad e inocencia; mientras, el segundo con su cara de maniaco-perverso, acaban siendo lo más opuesto. En Role Models (2008), dirigida por un tal David Wain, la pareja funciona, ya que este desconocido realizador televisivo se las arregla para que este par de polos opuestos tengan algo de química. Aunque sea durante la primera mitad del filme. Danny (Rudd) y Wheeler (Scott), trabajan juntos promoviendo una de esas bebidas basura energizantes (la mascota es un toro, así que ya imaginar contra que marca va dirigida la parodia) de escuela en escuela. Danny odia su trabajo ("Tengo que pararme frente a jóvenes, para vender esta cosa que, en realidad, es veneno", dice Danny), pero su situación empeora cuando, en un arranque violento de nervios, Danny trata de liberar la camioneta con la que trabaja de ser llevada por la grúa. Los desastres urbanos que ocasiona amenazan con llevarlos a prisión. Lo mejor que puede hacer la abogada y prometida de Danny (Elizabeth Banks), es conseguirles horas de trabajo comunitario, como tutores de niños problemáticos. Esto les dará innumerables dolores de cabeza.
Lo que en realidad es un trabajo de niñeros, será para nuestros amigos una lección de vida, que los hará cambiar y evolucionar en muchos aspectos. Bueno, quizás exagero. Danny se hará cargo de un chico de lo más nerd (Christopher Mintz Plasse), quien vive totalmente en otra dimensión. Esto se debe a un enfermizo juego, en el que acabas sumergido en un universo medieval, junto a otros jugadores que parecen fugados del manicomio. Wheeler tiene las cosas más relajadas, en comparación. Se encargará de un niño negro malhablado (Bobb'e J. Thompson), el cual tiene el don de decir como 100 palabrotas por minuto y vulgaridad y media, suficiente como para, hipotéticamente, hacer esta película apta para mayores de 18 años.
La película es una simplona y estúpida comedia dominguera. Una historia de redención para dos tipos que, si bien todo lo que padecen lo hacen para evitar ir a prisión, al final -muy predeciblemente- acaban encariñados con sus hijos postizos. Lo curioso, es que acabas creyendo estas, tal vez, forzadas relaciones que van forjando los protagonistas. Forman lazos de amistad que, en otro contexto, difícilmente podrían existir. Jane Lynch se roba cada escena en la que sale, como la supervisora, ruda y macha, que tiene una historia detrás que daría para todo un melodrama urbano. En general, una comedia totalmente pueril, con algunas risas, muy burlona hacia ese mundo underground de los role games-medievales-interactivos (existen y los involucrados se fanatizan tanto como este chico). Lo malo, es que su moraleja de "sé tu mismo, no dejes que nadie te diga lo contrario", no creo que esté bien aplicada al caso de nuestro trastornado amiguito medieval del siglo XXI.
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