Una historia olvidable, desechable y predecible hasta morir. No es lo más vomitivo que haya hecho Katherine Heigl a la fecha, ese lugar lo ocupa The Ugly Truth, con toda seguridad. Sin embargo, sí es de lo peor en su raquítica filmografía, una chick-flick inscrita en el subgénero de los "filmes de bodas" y/o de "damas de compañía". Una película de fácil consumo, cine chatarra dominguero con peligro de caer indigesto en muchos momentos. Por ejemplo, el personaje de la Heigl es una chica, como siempre, en búsqueda del amor, que prácticamente necesita dividirse en mil partes para acudir como dama de compañía a una veintena de bodas, vistiendo los 27 vestidos del título casi en una sola noche. Nada que pueda colocarse en un mínimo nivel de credibilidad. Todo lo hace viajando en un mismo taxi, cambiándose en el asiento trasero y con una vieja agenda de piel, llena de citas, tarjetas y demás papeles. Como ejecutiva prefiere eso que portar un Blackberry o algún otro dispositivo electrónico. Imagino que el taxi acaba costándole un ojo de la cara, o sea, que está lejos de ser el negocio más redituable del mundo. La historia no es más que la extremadamente roída fórmula del "triángulo amoroso", formado por Katherine Heigl, su jefe (Edward Burns) y la hermana de aquella, recién llegada de Europa (Malin Akerman). Se agrega un periodista de sociales, al que todos le hacen el feo (James Marsden). Desde los primeros 15 minutos, sabemos el desenlace de esta comedieta insípida, que es todo menos divertida.
Heigl y Marsden cantan "Bennie and the Jets", de Elton John, bajo los embriagantes efectos del alcohol. |
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