viernes, 26 de octubre de 2007

CINE ANIMADO: THE SWORD IN THE STONE * * * *

En mi infancia, habré visto una decena de veces The Sword in the Stone (E.U., 1963), uno de los clásicos animados de la casa Disney, que narra las aventuras de la infancia del futuro Rey Arturo, bajo la tutela del mago Merlín, según la adaptación del libro escrito por T.H. White, quien fuera también autor de “The One and Future King”, libro adaptado al cine en Camelot (Joshua Logan, 1967), protagonizado por Richard Harris y Vanessa Redgrave. Entre los puntos a favor de The Sword in the Stone, dirigida por el alemán Wolfgang Reitherman, colaborador en muchas de las producciones animadas de Disney, y realizador de otras tantas, como Winnie The Pooh and the Honey Tree (1966), The Jungle Book (1967), Robin Hood (1973), etc., es su total sencillez y falta de pretensiones, sin que por ello no exista cabida para una magnífica técnica de animación, al igual que números musicales agradables y simpáticos, en especial, aquellos que tienen lugar gracias a la magia de Merlín (voz de Karl Swenson), un sabio, estricto y, en ocasiones, cascarrabias anciano hechicero, que vive alejado en el bosque junto a su remilgoso búho, Arquímedes (voz de Junius Matthews).

Merlín ha profetizado grandes cosas para el joven y plebeyo Arturo (voz de Rickie Sorensen), por lo que, cuando el chico cae por accidente en la casa del mago, este inmediatamente empezará su instrucción, mudándose al castillo en donde Arturo trabaja lavando platos, aseando la cocina y asistiendo al gigantón hijo de Sir Pelinore (voz de Alan Napier), en sus prácticas para el torneo de caballeros.

Haciendo uso de su magia, Merlín hará pasar a Arturo por varias pruebas, convirtiéndolo, primero, en pez (toda esta secuencia es magistral visualmente hablando), aprendiendo que la astucia es más importante que la fuerza física; luego como ardilla descubrirá los sinsabores e impredecibles mecanismos del amor, y como pájaro, cumplirá su sueño de volar, no sin antes ver que siempre el grande querrá comerse al más pequeño, pudiendo salvarse el último si usa su inteligencia y pericia.

Tal es el mensaje de la película: no importa la fuerza física, si antes no se desarrolla el “músculo” de la mente, si no se tiene nobleza y humildad en el alma, ambición por llegar “muy alto”. Es la ambición que Merlín intenta transmitir a su discípulo, aunque en una escena clave la confrontación entre ambos sea inevitable, cuando el chico trate de hacerle ver al anciano mago que él no es más que un plebeyo, y no puede aspirar a tanto. Merlín, aunque enfadado, sabe que “Grillo” (apodo del flaco pero noble Arturo) tiene una última etapa qué superar: sacar la famosa espada de Excalibur de la piedra.

Un mensaje bienvenido para el público infantil, en un filme que aun en estos días me agrada revisar. No hay duda que el viejo Merlín se roba todo el filme, por su vitalidad y capacidad para predecir las “proezas” técnicas de siglos venideros; de carácter fuerte y a veces incapaz de controlar su propia magia, chocando de manera divertida con su más conservador, meticuloso y tranquilo búho Arquímedes. Si hay algún pero en este simpático y aleccionador relato, es la fugaz y poco aprovechada presencia de Madame Mim, una bruja rival con la que Merlín tendrá un duelo hacia el clímax de la película.

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