John McClane entra a escena para hacer frente a esta amenaza cibernética. Un joven hacker, Matt (Justin Long), ha logrado introducirse en el sistema del Servicio Secreto. McClane lo arrestará, salvándolo de morir a manos de unos terroristas, quienes se encuentran ejecutando a todos los hackers que hayan trabajado para ellos. Como podrá esperarse, McClane y Matt formarán así la pareja-dispareja, en la que el primero será la fuerza y el segundo el cerebro, en su esfuerzo por salvar a los E.U. de caer colapsada por el poder de un megalomaniaco villano (Timothy Ollyphant).
Es difícil no permanecer entretenido ante las espectaculares escenas de acción, bien dirigidas, echando mano de la tecnología digital, para lograr escenas de coches volando por los aires, puentes cayendo destruidos, explosiones y otras monerías que se acostumbran en el Hollywood de hoy. Más difícil resulta no sucumbir ante el carisma de Bruce Willis y su humor sarcástico, en un personaje que ha sabido hacer suyo. En la buena ejecución de esta fórmula ha residido el éxito de la franquicia: saber explotar al máximo la personalidad de John McClane, un tipo que, cuando se le acaba la paciencia, es capaz de darle una paliza a una atractiva chica (Maggie Q), experta en artes marciales.
No hay que olvidar el trabajo del joven realizador Len Wiseman (responsable de Underworld/2003 y secuela/2006), el cual nada más debe encargarse que la maquinaria narrativa marche a un buen ritmo. McLane podrá caer desde metros de altura y ser capaz de seguir caminando; podrá estar irreconocible por tanto golpe, pero seguir teniendo fuerzas para pelear a puño limpio. Encima de todo, trata de ser el mejor padre del mundo, arriesgándolo todo con tal de rescatar a una hija que ni lo toma en cuenta. ¿Qué más puede pedirse?
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