Filmada con cámara digital y un mínimo de recursos (cosa notoria en las deficientes escenas nocturnas, en las que apenas y distinguimos algo), en locaciones de la hermosa comarca de la Garrotxa, Girona, la película es una apuesta en sumo arriesgada por parte de Serra, hablada por completo en catalán y protagonizada por actores no profesionales. Tenemos aquí a un Quijote contemplativo, reflexivo, despojado de todos los desvaríos del personaje literario original, muy inspirado en el estilo narrativo de Andrei Tarkovsky, de largos planos y amplios silencios.
La película aventura un giro argumental insospechado: Sancho y Don Quijote llegan a separarse, el primero harto y cansado de seguir al “caballero de la triste figura”. Sin embargo, el escudero acabará dándose cuenta que la fama de su anciano amo es demasiado pesada, cuando en su solitario viaje se cruce con varios personajes, que no harán más que recordarle que sin su amo está incompleto, que es casi nada sin él, sin sus consejos, sin su filosofía, sin su experiencia.
Serra tiene en Honor de Cavallería un experimento interesante aunque, desafortunadamente, fallido. Se queda a medio camino, en primer lugar, por no haber explotado y explorado más el gran potencial que le ofrecían ambos personajes, dejándolos en la pantalla apenas como unas presencias vacías, desorientadas, sin mucho qué hacer juntos, pero también sin mucho qué hacer separados.
La premisa, en ese sentido, no resulta del todo satisfactoria. Sancho acaba con más dudas que al principio, respecto a quién es realmente su amo, con la mente más revuelta cada vez que Don Quijote le pide que “mire al cielo, porque Dios está ahí”. Mientras, el regordete escudero nada más lo mira y lo mira, siempre sin decir palabra alguna.
++ El filme se exhibió en el pasado Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México, presentado por el mismo realizador Albert Serra.
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