La puesta en escena es pequeña. Toda la acción en la residencia de los Weldon era dirigida por Erskine sin mucha imaginación, cercano más bien a una puesta teatral y con una dirección de actores algo pobre. Sin embargo, el inicio servía a Erskine para una puesta en imágenes dinámica, especialmente en esa parte en que los miembros del jurado escriben su veredicto en privado, hasta que la atención se centra en el rostro de Ethel Saxon (Helen Fint), la mujer asesina, que termina confesando que su móvil tenía que ver con el dinero que le quitó a su víctima después de dispararle.
Durante el desarrollo, habrá un intercambio de espacios caótico en la estructura narrativa alterna que propone Erskine. Saltos entre la residencia de Weldon y la celda de Ethel, mientras en la primera se desarrolla una subtrama típica de melodrama familiar, en la que Edward y su esposa (Margaret Wycherli) le hacen ver a su hija que el tal Garboni (Bogart) no les agrada mucho como novio para ella. Consejos proféticos, ya que Garboni esa misma noche le dice a Stella que debe partir a Chicago por cuestiones de negocios, cuando en realidad lo que quiere es dejarla. En un arranque de pasión, Stella, aparentemente, mata a Garboni de un disparo. ¿O habrá sucedido otra cosa? Es una acción que nunca se ve, pero en estado de shock Stella confiesa a su familia haber matado a Garboni.
El dilema que se presenta en este drama (tan adecuado para un film noir o un thriller policiaco), encamina al estricto Weldon a concluir que debe aplicarse la ley por igual a su hija -si es que resulta culpable-, tal y como lo hizo con Ethel Saxon. Un tercer acto soberbio, intensamente actuado por el resto del reparto secundario, entre los que se incluían a actores extraídos del medio teatral de Broadway, como las mencionadas Margaret Wycherli y Helen Fint; junto a Henry Hull, Granville Bates, Lynne Overman y Richard Whorf. El realizador parece en este momento levantarse del letargo, demostrando además un buen manejo del encuadre, de la disposición de sus actores en escena, permitiéndose algunos destellos de humor al llegar el fiscal de distrito (Moffat Johnson).
El final quedaba abierto. Invitaba a que uno sacara sus conclusiones al respecto, sobre lo que realmente había sucedido esa noche: ¿Era inocente o no Sydney? Algo cierto, es que la película no tenía intención alguna de manejar un discurso en contra de la pena de muerte, sino confrontar a sus personajes con sus mismos ideales, creencias, incluso sus temores, esto último en el caso de la romántica Sidney.
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